Opinión// Emociones y política
Columna de opinión publicada por La Tercera el 7 de enero de 2019
No cabe duda que los resultados en política, y también en economía, no dependen muchas veces de cosas objetivas, sino de las emociones que se generan, que se sienten, y que son muchas veces volátiles y difíciles de predecir. Una emoción en la cual se han focalizado muchos estudios en sociología y economía es la “confianza”. Los efectos de la confianza en el intercambio de bienes, el éxito de las empresas y el crecimiento económico han sido establecidos en varios estudios científicos en las ciencias sociales (Algan and Cahuc, 2013 realizan una revisión completa de la evidencia). La confianza es usada incluso como una variable, que mide los grados de cohesión sozcial de una sociedad. Adicionalmente, en el mundo de la ciencia política, la confianza se ha establecido como un ingrediente fundamental, que permite la cooperación virtuosa entre ciudadanos y las instituciones políticas en una democracia, reafirmando la legitimidad de éstas y, por ende, permitiendo su buen funcionamiento.
De hecho, una de las razones que se atribuyen al triunfo de Bolsonaro es la brutal caída en la confianza en la política en Brasil, producto del vínculo de la élite gobernante con la élite económica, que destruyó este ingrediente clave de la relación de los ciudadanos con la política. El problema es que cuando la confianza desaparece de la mesa, otras emociones pasan a formar el plato principal. Esas emociones en Brasil están colonizadas por la rabia, la discriminación y la intolerancia: los niños de azul y las niñas de rosa, gritaba la ministra de la Mujer y Familia de Brasil. Un joven estudiante universitario me preguntaba, ¿qué pasó con la democracia? El problema, en mi opinión, no es la democracia; el problema es que, para que la democracia funcione, debe haber confianza en las instituciones que la sustentan.
En Chile, la confianza se ha ido deteriorando permanentemente en la última década. De hecho, el indicador de confianza en el gobierno ha disminuido a la mitad en 10 años (World Happiness Report, 2017), a pesar del aumento del PIB per cápita. El gobierno recientemente mostró como “éxito” del modelo chileno el indicador de “felicidad”, que muestra, según el mismo reporte, un pequeño aumento. Les cuento que la “felicidad” en Brasil es mayor que en Chile, y también había aumentado levemente en la última década. Lo que se había deteriorado, sin embargo, fue la confianza.
Mucho se ha avanzado en la última década en incluir otros indicadores en la medición de progreso de la sociedad, incluyendo incluso un indicador de “trato social” en la pobreza, para medir la discriminación. Quizás lo que deberíamos estar midiendo como indicador de resultado es la evolución de la confianza, y quizás otras emociones. La política, la economía, las instituciones, los proyectos, y tantas otras esferas, dejaron hace rato de ser un asunto del PIB per cápita.
Claudia Sanhueza, PhD en Economía de la U. de Cambridge
Directora del Centro de Economía y Políticas Sociales (CEAS) de la U. Mayor