No a la improvisación
Columna publicada en La Tercera el lunes 22 de enero de 2018.
Finalmente, la semana pasada la Comisión de Educación del Senado aprobó, en votación dividida, las últimas indicaciones y artículos del proyecto que reforma la Educación Superior. En los reportes de prensa se menciona que tras una “maratónica jornada”, que duró hasta pasadas las 20:30 horas, los legisladores dieron luz verde a la iniciativa, lo que demuestra una de las características que ha tenido este proyecto durante su paso por el Congreso: el excesivo interés de aprobarlo cuanto antes, sin importar los necesarios consensos que debe tener una reforma de este tipo.
Para argumentar esto, daré solo una muestra. Durante el periodo de discusión en la Comisión, los senadores presentaron 710 indicaciones, lo que muestra una lamentable realidad: el proyecto de la reforma a la Educación Superior es malo, ya que ninguna iniciativa que tenga un mínimo de acuerdo puede tener tal cantidad de posibles modificaciones.
La ley en estudio tiene 122 artículos permanentes, lo que da un promedio de 5.8 observaciones por artículo. Indicador muy superior al promedio de cualquier otro proyecto de ley. Y no podía ser de otra manera, lo que comienza mal, termina peor. Se suponía que esta reforma era la más importante de esta administración, aquella que debería marcar el rumbo de nuestro país en desarrollo social, económico, tecnológico y científico de este siglo, y que debía asegurar la mantención del liderazgo en los indicadores educacionales en Latinoamérica.
¿Y qué ley tenemos? Una que, como producto de la desprolijidad, de las reiteradas improvisaciones y de la evidente falta de voluntad para escuchar, se convierte en un proyecto que traerá consecuencias muy negativas para el desarrollo de las universidades chilenas.
Recordemos que la discusión parte bajo el Ministerio de Nicolás Eyzaguirre, al inicio de esta administración. El mismo que se hizo famoso con analogías como “quitar los patines” o los “títulos de bakelita”, y quien trabajó bajo la teoría de la retroexcavadora, aquel concepto que marcó un antes y un después en la discusión pública.
Luego, su sucesora en Educación, con matices, ha seguido profundizando en la obsesión por sacar un proyecto que tuvo como denominador común el rechazo de los actores involucrados. Se realizaron 14 cambios al proyecto, y curiosamente nadie, pero nadie, se mostró de acuerdo, salvo -claro está-el Gobierno, que fue impermeable a las críticas. Ahora, el proyecto deberá ser visto por la Comisión de Hacienda y luego por la Sala, y se sigue manifestando aquello.
Estamos en la etapa final de un proyecto y el Gobierno pretende que se apruebe rápidamente una ley que no fue capaz de sacar en cuatro años. Así, el Senado adquiere una trascendental responsabilidad: demostrarle al país que no es un buzón de los caprichos del Poder Ejecutivo, retomando una discusión en serio, lo que claramente no puede darse cuando solo faltan algunos días para que comience el receso legislativo.