Designación del Gabinete: el primer quiebre entre Piñera y Chile Vamos

Columna publicada por El Mostrador el lunes 22 de enero de 2018.

Fue un paréntesis breve. Una semana completa en que la política salió de la agenda pública. Esa especie de cadena nacional con que los canales de TV abierta cubrieron hasta el último detalle de la polémica visita del Papa no dio muchos espacios para saber en qué estaban nuestros políticos. Y pasaron muchas cosas relevantes, como el fallo del TC relativo a las atribuciones del Sernac, la negociación de Moreira para evitar un juicio –que implicó la renuncia de dos fiscales–, o la larga reunión entre Guillier y Piñera. Muy poca información de estos hechos, ni la mitad de los minutos o líneas dedicadas al traspaso de Alexis Sánchez al United, la segunda noticia más importante para la mayoría de los medios, después del Pontífice, claro está.

Para el Presidente electo, este fue un veranito de San Juan o de San Francisco, para ser más precisos. Le dio una semana adicional para bajar la tensión con Chile Vamos y también le otorgó más tiempo para resolver el complejo puzle que le dejaron los partidos de derecha con sus cuestionadas “listas”. Elegir entre nombres repetidos en distintos ministerios; personas a las que el cargo les podría quedar grande; alcaldes y parlamentarios en ejercicio –¡qué increíble la falta de originalidad!–; o diputados y senadores derrotados, no era una tarea fácil.

La historia del desencuentro entre Piñera y los partidos comenzó el mismo 2 de enero, día en que recibió la propuesta de hombres y mujeres para integrar el Gabinete. Una semana después, un misterioso mensaje comenzó a extenderse de manera viral, primero por WhatsApp, para luego inundar las redes sociales. Era una lista con el supuesto Gabinete que asumiría en marzo. Bajo el título de “fuente cerrada” –la más obvia advertencia que el objetivo era precisamente lo contrario, es decir “difunda”–, se entregaba el nombre de las personas que ocuparían cada cartera. A simple vista, parecía una información con cierto nivel de veracidad, especialmente porque confirmaba algunos nombres que parecen “fijos”, como Andrés Chadwick, Cristián Monckeberg, Alberto Espina o Cecilia Pérez. Sin embargo, cuando se observaba en detalle, el listado tenía una especie de distribución casi perfecta y equitativa entre los partidos que sustentarán el futuro bloque oficialista. Sin duda, un intento desesperado del conglomerado por presionar a Sebastián Piñera. Tampoco faltaron los que además hicieron lecturas más profundas, como señalar que de fondo se buscaba “quemar” a algunos postulantes, como el caso de Hernán Larraín, carta que la UDI da como una certeza en la Cancillería, pese a las críticas que han surgido en las últimas semanas por su vinculación con Colonia Dignidad –que ya habría despertado rechazo por parte del Gobierno alemán.

Lo cierto es que el viejo dicho en política, “el que se mueve no sale en la foto”, parece haber cobrado más sentido en estas semanas, si se considera que el Presidente electo manifestó su molestia, de manera explícita, frente a la falta de prolijidad y el exceso de ansiedad de los partidos por colocar a su gente en el futuro Gabinete, pese a que incluso –tal como lo expresó el propio Piñera– había algunos que no tenían las competencias y capacidades para asumir un ministerio. La famosa frase que verbalizó, con la complicidad de la ministra Delpiano, de que algunos aspiraban a dirigir secretarías de Estado pese a que estaban por “sobre sus posibilidades”, constituyó una advertencia tajante. Y, por supuesto, un desprecio a varios que en noches de insomnio deben estar pensando en: “¿Seré yo?”. Más aún, a horas de conocer si calificaron o no para estar en el llamado “dream team”, denominación que un diario nacional le asignó al Gabinete con que Piñera debutará en marzo.

Ese mismo día, las directivas de Chile Vamos entendieron que el mensaje era claro. El exmandatario canceló de última hora su asistencia a una cena de alineamiento de Renovación Nacional para sus parlamentarios electos. Y tampoco concurrió al Consejo General de la UDI al día siguiente. La señal fue clara: si no están a la altura de las circunstancias, aténganse a las consecuencias. Y no hay que perderse con Piñera. El futuro Presidente no tiene problemas con imponer sus términos a los partidos, e incluso prescindir de ellos en algunos momentos, como ya lo hizo en 2010.

Pero los problemas en los partidos que sustentarán el Gobierno de Piñera no se acotaron solo a las nominaciones. Felipe Kast (Evópolis) fue recriminado por el grupo más conservador por su votación en el proyecto de identidad de género. En la UDI, Jaime Bellolio desató una tormenta interna al enviar una dura carta a la directiva, encabezada por Jacqueline van Rysselberghe, debido al pobre resultado parlamentario y la escasa capacidad para asumir alguna responsabilidad. También, el diputado no ha escatimado en calificativos para la senadora, acusándola de haber determinado los nombres enviados al comando de Piñera a puertas cerradas y sin conversar con la corriente disidente que encabeza él.

En RN, el listado consideró a personas que ni siquiera estaban disponibles a volver al Gobierno, como lo señaló Rodrigo Ubilla, quien se enteró a través de la prensa –frase que ya se convirtió en una salida habitual entre nuestros políticos– de que su nombre estaba como posibilidad. Después de todo, gran parte del quiebre entre el exmandatario y Chile Vamos fue consecuencia del desatino de filtrar parte de esos nombres, entregados en privado a Piñera el 2 de enero, los que aparecieron en distintos medios el día siguiente, en lo más parecido a la entrega de un comunicado de prensa. El homogéneo nivel de información hacía descartar simples filtraciones a los medios. Otro signo de ansiedad del conglomerado de derecha que logró irritar a Piñera y a su entorno, además de incomodar a Chadwick y Pérez.

Pese al estado de ánimo positivo que se vivió en las dos semanas que siguieron a la elección –en esa especie de milagro que pareció que Chile se había transformado en 48 horas–, y el cambio de lenguaje de Piñera haciendo llamados a llevar adelante un Gobierno de unidad y buscar consensos transversales para iniciar una nueva etapa, en Chile Vamos parecen estar repitiendo los mismos errores que han caracterizado a la derecha en las últimas décadas: exceso de protagonismos individuales, zancadillas entre sus dirigentes, privilegio de los proyectos propios, triunfalismo desmesurado y falta de visión de largo plazo. El mejor ejemplo de esta derecha, la de los autogoles, es lo ocurrido en el Consejo General de la Unión Demócrata Independiente hace una semana. Además de que no hubo autocríticas por el resultado electoral –llegaron a afirmar que había sido positivo–, terminaron el evento ratificando que buscarán llevar a un candidato presidencial en 2021. ¡Pero, por favor, si aún no asume Sebastián Piñera y ya se están proyectando para el próximo Gobierno!

Paradójicamente, han sido los propios dirigentes de RN, UDI, Evópolis y el PRI los que deben haber tentado a Piñera a optar por personas que vengan de otros ámbitos, incluso con el riesgo de repetir los errores de 2010 con empresarios o profesionales con un perfil técnico, pero con pocas habilidades políticas. Y por supuesto, también pueden haber provocado que el ex Presidente opte por tomar un camino más autónomo y los excluya de lo importante. En eso, Piñera tiene la habilidad de hacer creer al otro que está participando en una decisión, pese a que la haya implementado semanas antes.

De fondo, la derecha siempre ha repetido el mismo patrón de comportamiento autodestructivo, y eso Sebastián Piñera lo sabía cuando asumió este desafió. Total, Piñera no volvió para ser un Presidente más de derecha; su retorno está vinculado con sus propios anhelos y aspiraciones, con levantar el piñerismo, con trascender como el mejor mandatario de la historia. Y para cumplir ese sueño le basta con contar con una derecha que lo acompañe, pero no los necesita de protagonistas.

Se espera que esta semana Piñera dé a conocer su Gabinete. Veremos, entonces, si el Presidente electo da una señal contundente respecto de la forma en que piensa conducir el país, es decir, imponiendo sus términos y conformando un equipo de acuerdo a los criterios que él cree que son fundamentales para liderar cada ministerio, independientemente de la militancia de sus integrantes. O bien, se logran imponer los partidos y se conforma un Gabinete dominado por el cuoteo proporcional a los resultados obtenidos en las parlamentarias –al estilo de la Concertación en sus inicios. Y bueno, siempre está la salida “intermedia”, esa que deja a todos disconformes, pero que evita partir la luna de miel con un conflicto.