Evocación de Félix Schwartzmann
Columna de opinión publicada en El Mostrador el 26.02.2022 por Rogelio Rodríguez, académico de Núcleo de Formación General de Universidad Mayor.
Félix Schwartzmann nos dejó el 27 de febrero de 2014. Se fue con la mayoría –como dicen que decía Petronio, y después repetían los romanos, para indicar la muerte de alguien— (si bien, por datos científicos recientes, parece que con el avance demográfico las cosas están por cambiar y muy pronto el número de humanos vivos en el planeta será superior al de todos los fallecidos desde el origen de nuestra especie). Aunque por su avanzada edad (tenía más de 100 años) hacía ya tiempo que se había apartado del mundanal ruido.
Schwartzmann fue uno de los grandes entre los escasos pensadores que hemos tenido. Llegó al ámbito de la filosofía de manera autodidacta: no fue jamás alumno regular de una universidad. El primer tomo de su obra El sentimiento de lo humano en América fue la tesis que le permitió obtener, de acuerdo con los reglamentos y estatutos entonces existentes, el título de Profesor Extraordinario de Sociología. Era el año 1949. Dos años después, el libro obtuvo el Premio Municipal de Ensayo. También en el año 1951 ganó por concurso la Cátedra de Historia y Filosofía de las Ciencias, creada en ese tiempo por el entonces Decano de la Facultad de Educación Juan Gómez Millas, quién llegaría un par de años más tarde a ser Rector de la Casa de Estudios.
Diez años y un viaje a París –donde tomó contacto con maestros pensadores como Alexandre Koyré y Gastón Bachelard– le tomó escribir su Teoría de la expresión, obra merecedora del Premio Municipal de Filosofía “Andrés Bello” en 1969.
Original y profundo pensador de la cultura, de la convivencia social y de los modos de vida del ser americano, Schwartzmann ha llegado a ser el filósofo chileno más nombrado en los estudios internacionales sobre pensamiento latinoamericano. El último reconocimiento en nuestro país fue distinguirlo como Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 1993.
Hoy prácticamente no se escucha hablar –en nuestro precario escenario intelectual– de las ideas de Schwartzmann (como tampoco de las de Juan Rivano, Humberto Giannini o Jorge Millas, otros destacados y desaparecidos filósofos nacionales que también la academia nacional ha relegado al olvido). A Schwartzmann esto no le extrañaría: en su estudio antropológico de las formas de convivencia en nuestros pueblos americanos (El sentimiento de lo humano en América) no vacila en nombrar como se debe las condiciones del encuentro con el prójimo. En el ámbito interaccional del ser americano, nuestro filósofo ve contrastes: por una parte, percibe soledad, aislamiento, indiferencia, impotencia expresiva, impiedad psicológica, mediatización de los lazos afectivos, incapacidad de integración en el prójimo; por otra, nos habla de una voluntad de vínculo del hombre americano, de su lucha por advenir a sí mismo, de su entrega y compromiso, de su conciencia de la solidaridad, del anhelo del individuo a pertenecer a una comunidad.
Somos un continente de contradicciones. La reflexión crítica de Schwartzmann es una invitación a abrirnos a un autoconocimiento lúcido y penetrante de nuestra manera de ser y existir. Este tema de la autognosis fue también un estímulo y una preocupación permanente para nuestro pensador, quién en 1993 ensayó narrar la historia de la voluntad de conocerse en nuestra entera cultura: el resultado fue su libro Autoconocimiento en Occidente, descripción de las formas de autognosis en distintos periodos de la historia y sus interacciones con los modos de vida social, desde Píndaro y Heráclito hasta las investigaciones sobre inteligencia artificial en nuestra época y las actuales concepciones de la conciencia.
Para nuestro filósofo es deber de los hombres inventar su futuro y no padecer un destino impuesto contra su voluntad. Sin embargo, ya en la década de los 80, Schwatzmann percibía que un economicismo extremo comenzaba a roer los cimientos de la sociedad americana, atentando contra su modo de ser. Un nivel artificial de aspiración a bienes de consumo –confundiendo el consumismo con el desarrollo– llevaba a la “impotencia del hombre actual”, en que los ciudadanos ya no seríamos libres para decidir nada, sino que serían los “nucleócratas”, los “tecnócratas”, los decisores.
En una entrevista concedida a una revista nacional en 1982, Schwartzmann alerta contra la desfiguración de la personalidad de los pueblos americanos que trae la mezcla de cientificismo y economicismo. Las mismas creaciones científicas del hombre pueden llegar a destruirlo. Menciona los riesgos nucleares, los riesgos genéticos, el avance exacerbado del nacionalismo. Y cuestiona también la creencia errónea de que los problemas sociales solo pueden arreglarse desde la economía.
Fiel a la vocación humanista manifestada en las páginas esclarecedoras de sus obras, Félix Schwartzmann abogó por enfrentar con lucidez los signos de la época y buscar soluciones a las crisis desde lo humano. La voz de este amante chileno de la sabiduría sigue siendo hoy –a ocho años de su partida– un mensaje de esperanza a la vez que una manifestación de desafío: “Cuando digo que esto no tiene solución [los conflictos que enfrenta la humanidad], lo digo en el sentido de soluciones tecnológicas, sociocráticas, tecnocráticas. Tiene una solución desde el Hombre y su grandeza. Porque en el hombre –decía Montaigne– está representada una capacidad de abnegación fabulosa. El hombre puede dar la vida por un amigo. Esa grandeza está en el ser humano, de manera que es un retorno a esa fe. Cuando digo que no tiene soluciones, significa que no tiene las soluciones convencionales, mecanicistas, sino que tiene las soluciones en lo que hace grande al Hombre: su capacidad de apertura, de tomar conciencia real de los problemas, de catarsis, de purificación”.
Rogelio Rodríguez, académico de Núcleo de Formación General de Universidad Mayor.