Se vienen tiempos (mejores) complejos
Columna publicada por El Mostrador el lunes 20 de noviembre de 2017.
La fiesta estaba preparada en grande. Incluso, los más optimistas, pronosticaban que el lunes los chilenos amaneceríamos con un Presidente electo. Pero la noche del domingo se palpaba la incredulidad y desazón, pese a los esfuerzos de su abanderado por aparecer frente a sus seguidores –la verdad, era para los noticieros de TV–, dando una señal de triunfo, que no coincidía con los resultados que habían conocido horas antes.
Por supuesto, Sebastián Piñera no tenía otra opción, pero la verdad es que fue una puesta en escena que no estaba en los cálculos de nadie. Piñera señaló, una vez masticado este paradójico triunfo-derrota, que el exceso de confianza y exitismo se había apoderado de los partidos que lo acompañan, claro que olvidó que él fue el primero en decir públicamente que ganarían en primera vuelta y en afirmar –restando 48 horas para la elección– que pensaba sacar alrededor de 44%.
La verdad es que los resultados del 19N instalaron un nuevo escenario político en Chile.
En primer lugar, la irrupción del Frente Amplio, como demostración de una potente fuerza de izquierda atípica, más juvenil, energética y fresca que los partidos tradicionales –PC, PS y PPD–, que entendió que no basta la crítica sino también la conquista del poder para influir en la sociedad. Una Democracia Cristiana que definitivamente se hundió de la mano de una aventura –la del “camino propio”– para la cual no estaba preparada. Ignacio Walker –derrotado el domingo– dijo hace un tiempo que a veces una derrota se puede transformar en un triunfo. Pero estaba equivocado. Esta es una catástrofe para el otrora partido más grande del país en la década de los 90.
Pese al esfuerzo de Carolina Goic, nunca se vio a un partido comprometido ni entusiasmado con esta candidatura que surgió casi por despecho, después que sus militantes se quejaran del “maltrato” que recibían por parte de la Nueva Mayoría. Como será que los parlamentarios de la falange doblaron en votación a Goic en los lugares en que competían.
Por su parte, la derecha quedó fracturada con la aparición de José Antonio Kast, ese personaje mirado en menos en un comienzo, ridiculizado luego y atacado al final, cuando el comando de Piñera se dio cuenta de que ya constituía un peligro. Sin duda, un porcentaje muy alto de la UDI prefirió darle la espalda a Sebastián Piñera y votar por quien representaba mejor sus ideas, valores y creencias. Kast tocó en el corazón a ese mundo ultraconservador, que añora a Pinochet y que había guardado silencio por décadas. Desde ahora en adelante, la derecha liberal de RN, que dicho sea de paso se convirtió en el partido más grande de Chile, o de Evópoli –otro actor nuevo que entra exitosamente al ruedo–, deberán aprender a convivir con una expresión ochentera más parecida a una secta religiosa que a un partido. Y, claro, la UDI tendrá que ver cómo evita una fuga masiva de militantes o, bien, de qué manera puede integrarlos a Chile Vamos con sus ideas de portar armas, aplicar amnistía a militares, eliminar la ley de aborto y otros temas, los que incluso en estos tiempos suenan políticamente incorrectos hasta para el gremialismo.
Y sin duda, el cambio más trascendente para nuestra política será el Parlamento que debutará en marzo. El nuevo sistema electoral tuvo un fuerte impacto en la distribución de fuerzas, partiendo por el hecho de que nadie tendrá mayoría para aprobar las leyes y, por tanto, deberán buscarse acuerdos y negociar, alterando, sí o sí, cualquier iniciativa que provenga del Ejecutivo.
Pero lo más significativo es que se va a producir un recambio importante de rostros, acompañado de mayor diversidad, lo que va a ayudar no solo a darle un nuevo aire a esa institución, sino que también será una oportunidad para que los ciudadanos puedan tener esperanzas de ver a una clase política distinta a la que en estos últimos años se terminó asociando –de manera injusta para varios– a las malas prácticas, financiamiento ilegal, cohecho y otras faltas muy poco honorables. Noventa y dos diputados y diecisiete senadores nuevos le darán energía a un Congreso cuestionado y mal evaluado.
Y, por supuesto, también quedó en evidencia que el sistema electoral tiene fallas que hay que corregir. Es absurdo que tengamos parlamentarios que salieron con 1 o 2 por ciento y que la “cuota de género” –garantizaba un 40% de mujeres– los partidos la aplicaran “rellenando” listas con el fin de solo cumplir con el requerimiento.
Pero por ahora tenemos que ver cómo se resolverá la segunda vuelta. De partida quedó totalmente abierta –impensable hasta hace una semana– y será con fallo fotográfico. Y la pregunta es: ¿cómo van a salir a buscar los votos Piñera y Guillier? Para ambos la tarea será difícil.
Alejandro Guillier tomó la precaución de dejar su programa abierto para esta segunda fase, pese a las críticas que recibió de todos los sectores. Esto le permitirá incorporar una que otra propuesta e ideas que ayuden a recibir respaldo de algunos de sus competidores de la centroizquierda. ME-O ya le dio su apoyo, por tanto, sus exigencias no serán altas, más aún considerando el mal resultado obtenido. Para Enríquez-Ominami el hecho de estar sentado en una alianza del sector ya es ganancia. Por su parte, la Democracia Cristiana, en tiempo récord, le entregó su respaldo de manera “incondicional”.
Claro, a este golpeado partido no le quedaban muchas opciones, además se le abre una pequeña ventana –insospechada– de poder mantenerse en un eventual Gobierno de centroizquierda. De lo contrario, la travesía en solitario por el desierto sería larga y amarga.
Pero el principal problema Guillier lo tiene con el Frente Amplio. Lo que debería hacer es incluir algunas propuestas que le hagan sentido a la gente que votó por Sánchez –muchas desencantadas de la Concertación y NM–, que logre simplemente neutralizar a la dirigencia del FA.
La candidata ya expresó la noche del domingo que tienen claro que no van a votar por Piñera. De seguro en el FA está rondando el fantasma del error cometido por ME-O en 2009, cuando –también con 20%– no quiso apoyar a Frei, facilitando la elección de Piñera. Pero un acuerdo programático se ve como imposible.
Si el Frente Amplio quiere constituirse en una fuerza capaz de consolidarse, con el horizonte en 2022, y cumplir con el rol de dirimir en el Congreso durante estos cuatro años, bajo ningún punto le conviene integrarse formalmente a la campaña de Guillier. Claro que si sus dirigentes en estas últimas horas han anunciado que serán oposición “sí o sí” de cualquiera de los dos, un llamado pragmático a apoyar a Guillier como rechazo a Piñera sería un muy buen escenario para el nortino. Total, eso no los obliga a nada posteriormente. No lo sabrá el PC, que asumió esa conducta con Lagos en la segunda vuelta que este disputó con Lavín.
Y Sebastián Piñera tiene que enfrentar un dilema muy complejo. El diseño que tenía para el balotaje se desarmó con su baja votación y la buena performance de Kast. Si su apuesta era moverse hacia el centro –que de acuerdo a esta elección es difícil de identificar– para capturar el voto DC, ahora deberá resolver cómo logra primero afirmar el voto de la derecha dura, que alcanzó a un 7,9%, sin provocar una estampida de esa gente, que puede ver con buenos ojos sus propuestas económicas y de crecimiento, pero que es más liberal en lo valórico y sigue teniendo a la figura de Pinochet como alguien abominable. Ese equilibrio no será fácil de lograr y el tiempo es corto
Ambos candidatos tienen muy pocos días para tomar decisiones y negociar. Esta es una carrera corta y cualquier error puede ser fatal. Pero lo que sí me atrevería a pronosticar es que será una campaña muy polarizada, en que, especialmente a Guillier, le conviene arrastrar a Piñera a la lógica del Sí y el No de 1988. Para desgracia del ex Presidente, Kast y su respaldo hipotético de Pinochet lo va a obligar a entrar en esa dinámica.