Opinión// El aumento de la violencia de género en contextos migratorios
Columna de opinión publicada por El Mercurio el 8 de marzo de 2020
La población migrante ha crecido sostenidamente a nivel mundial alcanzando en 2017 272 millones de personas. Las mujeres han sido históricamente un actor central de estos movimientos, sin embargo, es solo recientemente que se ha comprendido que ser mujer migrante supone razones, trayectorias y consecuencias muy distintas a la de sus pares hombres. Si bien las mujeres representan la mitad de la migración mundial, durante décadas se asumió que ese 50% se movilizaba en silencio, de manera pasiva y sin alterar el lugar reproductivo que le había asignado la sociedad.
El dominio de la ideología patriarcal permitió asociar la migración al trabajo productivo masculino y ello impidió reconocer las múltiples dinámicas migratorias que ejercieron las mujeres desde muy temprano en la historia Es recién en los años noventa que el concepto de feminización de las migraciones comenzará a ser utilizado para dar cuenta no sólo de la creciente importancia numérica que adquiere la migración femenina, sino y principalmente el hecho de que ellas juegan un rol clave en la configuración de la economía global, en la vinculación de los lugares de origen con los de destino, en el envío de remesas y en las transformaciones y organización de los cuidados y de las familias.
Si observamos lo que sucede en el mundo del trabajo, el informe de la OIT de 2018 señala que las mujeres representan el 41,6%. del total de trabajadores migrantes en el mundo. A su vez señala que la tasa de participación laboral de las mujeres inmigrantes supera ampliamente a la de las mujeres no inmigrantes (63,5% y 48,1% respectivamente), lo que refleja la alta disposición que ellas tienen para incorporarse al mercado laboral. La contracara de estas cifras es la alta concentración de mujeres inmigrantes en el trabajo doméstico, en los trabajos de cuidados, en el sector textil, en algunos sectores de la agroindustria y también en el comercio callejero. El denominador común es que se trata de trabajos con altos niveles de informalidad, precariedad y explotación laboral. En la mayoría de los casos estas condiciones de trabajo están vinculadas con relaciones laborales construidas sobre relaciones de poder herederas del orden colonial, relaciones de clase y de dominación de género.
Hoy en día los distintos gobiernos han puesto el foco de sus políticas migratorias en el mayor control de fronteras, generando con ello una serie de nuevos problemas asociados al crimen organizado, el tráfico y trata de personas. Las consecuencias directas de las llamadas políticas de securitización de las fronteras es que estas se vuelven más complejas y favorecen el desarrollo de la “industria de las migraciones”: se incrementan los niveles de violencia, las rutas se tornan más inseguras, se profesionaliza la gestión para sus cruces, las fronteras se desplazan a los países de origen de la migración con el objetivo de detener allí a los potenciales emigrantes, se encarece el cruce y se hacen más largos los trayectos. En todos estos casos las mujeres se ven mucho más expuestas que sus pares hombres a la vulneración de sus derechos. La violencia de género se dispara en contextos de mayor inseguridad.
Sin ir más lejos, la Policía de Investigaciones de Chile (PDI) advirtió recientemente de un aumento importante de los delitos de trata de personas y tráfico de migrantes en nuestro país, explicando que “para forzar a las personas a hacer trabajos contra su voluntad, se utiliza el engaño y se aprovecha la vulnerabilidad de los migrantes”.
De esta forma, mientras en 2017 se registraron 27 víctimas por el delito de tráfico de migrantes, en 2019 la cifra se elevó a 376.
Las mujeres migrantes en América Latina y Chile requieren de políticas y acuerdos para garantizar la protección de sus derechos. No se trata de victimizarlas, sino de reconocer las vulnerabilidades a las que están expuestas en sus países de origen (y que muchas veces son una razón para migrar) tránsito y destino. La violencia de género requiere ser abordada de manera integral por los Estados y debe estar orientada a todas las mujeres sin excepción, independiente de su país de nacimiento, su color de piel, su origen étnico o su situación económica.
Carolina Stefoni
Doctora en Sociología
Académica del Centro de Investigación en Sociedad Tecnológica y Futuro Humano de la U. Mayor