"La Senectud Invasiva"
Columna de opinión publicada por la revista "Iniciativa Laicista"
Durante un largo pasado en nuestra historia humana, llegar a viejo fue una rareza, la excepción a la norma. En una época tan reciente como 1900 la esperanza de vida no
sobrepasaba los 50 años. Y las personas que alcanzaban la vejez –setenta, ochenta o más años– cumplían, en general, un rol de autoridad dentrode su familia. En muchas sociedades, los ancianos no solo inspiraban respeto y obediencia, sino que también dirigían los ritos sagrados y ejercían el poder político.
Hoy, la mirada sobre la vejez ha cambiado. El médico cirujano Atul Gawande ha abordado en su libro Ser mortal. La medicina y lo que al final importa (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015), la experiencia moderna del envejecimiento y la mortalidad. Aunque está convencido de que no ha existido en toda la historia una época mejor que la actual para ser anciano –los avances en ciencias de la salud y en tecnología biomédica han reducido considerablemente la mortalidad, posponiendo cada vez más el momento fatídico de muchas enfermedades y otorgando a las personas una vida más extensa, más sana y productiva que nunca antes–, reconoce que ha mermado considerablemente la dignidad de la vejez.
Esto se debe, ciertamente, a la enorme población longeva con que cuenta nuestro planeta en este siglo, situación para la que la mayoría de las sociedades no están preparadas. Gawande afirma que, habiendo superado nuestro ciclo vital medio, en gran parte del mundo, los ochenta años, “ya somos unos bichos raros que estamos viviendo bastante más de lo que nos corresponde. Cuando estudiamos el envejecimiento, lo que estamos intentado comprender no es tanto un proceso natural sino más bien un proceso antinatural”.
Y, por otro lado, ocurre lo que este autor llama la veneración del individuo independiente: la veneración de los mayores ha desaparecido, pero no ha sido sustituida por la veneración de la juventud, sino por la celebración de la persona autónoma, de quien es capaz de vivir una existencia básica sin depender de los demás. Está en la esencia misma del ser humano, el ser autor libre, responsable e independiente de su propia vida. “La lucha de ser mortal –señala Gawande– es la lucha por mantener la integridad de nuestra existencia –por evitar vernos tan disminuidos, o tan disipados, o tan sojuzgados, que lo que somos deja de tener relación con quiénes éramos o queremos ser–. La enfermedad y la vejez hacen que esa lucha sea dura ya de por sí”.
"Nuestro autor advierte que no hay suficientes especialistas en geriatría para una población anciana que aumenta rápidamente. Y hace un llamado para impartir cursos de formación en medicina geriátrica no solo en todas las facultades de Medicina, sino también en todas las escuelas de Enfermería y de Trabajo Social".
También las nuevas tecnologías de comunicación han ido desalojando el monopolio que antiguamente tenían los ancianos sobre el conocimiento y la sabiduría, ya que en muchas comunidades eran los custodios de la tradición, del saber y de la historia. Los nuevos recursos técnicos crean nuevas profesiones y requieren inéditas habilidades, lo que socava el valor de la experiencia. Escribe Gawande: “Antiguamente, lo más probable es que acudiéramos a una persona mayor para que nos explicara el mundo. Ahora lo buscamos en Google, y si tenemos algún problema con el ordenador, le preguntamos a un adolescente”.
El acelerado desarrollo científico, en general, y de la medicina, en particular, ha alterado profundamente el curso de la vida de las personas. Indiscutiblemente, hoy vivimos más y mejor que en cualquier otra época de la historia. Pero, en lo que se refiere a los procesos del envejecer y morir, los avances científicos los han convertido en experiencias médicas, en asuntos que deben ser gestionados por profesionales de la atención sanitaria. Y, ante esto, Gawande asevera: “Nosotros, los que trabajamos en el mundo de la medicina, hemos demostrado estar alarmantemente mal preparados para esa tarea”.
La senectud, entonces, está asaltando el mundo, ha irrumpido de repente en el planeta y urgen estudios para comprenderla y tratarla como corresponde. No basta con trasladar esta experiencia humana a hospitales y residencias geriátricas. Nuestro autor advierte que no hay suficientes especialistas en geriatría para una población anciana que aumenta rápidamente. Y hace un llamado para impartir cursos de formación en medicina geriátrica no solo en todas las facultades de Medicina, sino también en todas las escuelas de Enfermería y de Trabajo Social.
También aboga por transformar la visión y misión de la medicina. Hasta ahora se ha pensado que consiste en garantizar la salud y la supervivencia. Para Gawande es más que eso: consiste en hacer posible el bienestar. Y escribe: “El bienestar tiene mucho que ver con las razones por las que uno desea estar vivo. Esas razones cuentan no solo al final de la vida, o cuando sobreviene la debilidad, sino a lo largo de toda nuestra existencia”.
Rogelio Rodríguez Muñoz
Académico del Núcleo de Formación General U. Mayor.
Facultad de Estudios Interdisciplinarios