Estrategia Nacional de CTCI 2022: más allá de las buenas intenciones
El Dr. Christian Spencer, director del Centro de Investigación en Artes y Humanidades U. Mayor, escribe columna de opinión en El Mostrador, el 8 de julio 2022.
La intensa agenda de cambio social que lleva el país ha hecho que pase algo desapercibida la publicación de la Estrategia Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación para el desarrollo de Chile (CTCI), publicada en el mes de mayo de 2022 por el consejo homónimo. Anclado en un trabajo previo de años y precedido por comisiones anteriores, el documento sienta bases positivas para una política de ciencia y tecnología para el futuro integrando de buen modo el cambio social, político y cultural en el que se encuentra el país desde 2019.
El texto posee varios aciertos que vale la pena destacar. Entre ellos, está la distinción entre paradigmas de investigación, la autocrítica al sistema de investigación y el llamado a instalar un imaginario que sea concordante con los cambios que se están llevando a cabo. En el primero caso, el documento establece correctamente diferencias de paradigma, intencionalidad investigativa y método entre las ciencias sociales, las humanidades y las artes. Esto sirve para que se reconozcan sus especificidades y desarrollen criterios atingentes para su evaluación en las políticas públicas. Es bueno que el texto recalque la inutilidad de hacer competir estas áreas entre sí por fondos públicos ya que ello promovería —como ha hecho hasta ahora— una filosofía del “empate” que desincentiva el despliegue de la diversidad intelectual de ellas. El documento no ahonda directamente en el sistema de financiamiento para todo esto, pero propone un equilibrio entre dineros de fondos basales y concursales, cuestión positiva mas no suficiente para el caso de las Artes. En este último ámbito, es sabido que el estado de capacitación de los artistas para competir en el ecosistema de postulaciones es menor al de otras áreas, por lo que se requiere un estímulo al cambio de currículum para la mejor preparación al interior de las carreras artísticas.
En segundo lugar, me parece que la propuesta da un paso adelante al criticar el actual sistema de evaluación de proyectos, impugnándole un carácter “parcial” (p. 68). La causa de ello sería la ausencia de “categorías de análisis” pertinentes para la asignación de puntajes (p. 66) lo que provocaría el establecimiento de reglas del juego distintas para las diversas disciplinas (p. 67): “Esto, a su vez, requiere modelos más complejos de representación, caracterización y medición del Ecosistema, tanto a nivel nacional como regional, que integren el mayor dinamismo e interacción que esta noción reconoce, y que, al mismo tiempo, dialoguen y complementen los modelos ya utilizados” (p. 68). El texto promueve además el uso de variables de análisis de proceso y no sólo de análisis producto (p. 68), ya que esto favorecería comprender a las ciencias sociales y las humanidades dentro de su propia lógica. Ambos elementos, categorías y procesos, forman parte de un debate largamente fundamentado que llega al fin a un documento público, abriendo la posibilidad de una política pública de ciencias y artes distinta.
Finalmente, se destaca la necesidad de incorporar la CTCI al “imaginario nacional” por medio de un relato científico y humanista creíble que ponga a la investigación en la primera línea del tapete noticioso nacional. El “relato país”, dice el texto, no puede prescindir de esta posición porque las ciencias sociales, las humanidades y las artes son las encargadas de crear “conciencia” de la sociedad en la que vivimos, describiendo el sentido del humano y permitiendo que el buen vivir se convierta en algo real, no sólo en un ideal prescriptivo.
A pesar de cierto tono celebratorio del texto, la propuesta recoge de buena manera los desafíos que presenta el país en materia de cambio climático, integración de la mujer, incorporación de la ancestralidad al saber científico y acceso al conocimiento científico, abriendo la puerta para un futuro mucho más integrador de los propios logros culturales de sus habitantes. Esperamos sentidamente que todas estas buenas intenciones tengan el financiamiento que requieren en los gobiernos que siguen para convertir estos anhelos en realidades materiales y no sólo académicas, especialmente para el caso de las artes, cuya inclusión en las CTCI ha sido largamente demandada.
Dr. Christian Spencer
Director del Centro de Investigación en Artes y Humanidades
Universidad Mayor