Investigadores cuestionan la eficacia de los “bosques de bolsillo” en ciudades

El equipo, integrado por los académicos de la U. Mayor, Dylan Craven y Leonardo Durán, realizó la revisión científica más completa disponible sobre el método “Miyawaki”, cuyos beneficios ampliamente difundidos -como la captura de carbono, crecimiento acelerado y autosustentabilidad, muestran escaso respaldo empírico.


 

Los bosques Miyawaki -o los llamados "bosques de bolsillo"- se han popularizado en los últimos años como una solución real para combatir los efectos del cambio climático en zonas urbanas, mejorar la calidad del aire y el ruido y acelerar la restauración ecológica y sustentable.

El método, desarrollado en la década del 70 por el botánico japonés Akira Miyawaki, promete un crecimiento hasta 10 veces más rápido, alcanzar la madurez en dos o tres décadas, ser autosuficiente en aproximadamente tres años y, además, mejorar la biodiversidad y capturar más carbono. Sin embargo, un grupo de investigadores reveló una brecha significativa entre sus premisas y la evidencia científica disponible.

El equipo —integrado por el Dr. Dylan Craven, del Centro GEMA Genómica, Ecología y Medio Ambiente, y Leonardo Durán, de la Escuela de Ingeniería Forestal, ambos de la Universidad Mayor; junto al Dr. Narkis Morales, de New Zealand Institute for Bioeconomy Science Limited y el Dr. Ignacio Fernández, de la Universidad Adolfo Ibáñez— realizó la revisión científica más exhaustiva sobre los bosques Miyawaki hasta la fecha. Sus resultados muestran evidencia débil o nula para respaldar la mayoría de los beneficios comúnmente atribuidos al método, entre ellos el crecimiento acelerado, una mayor captura de carbono o la supuesta autosostenibilidad temprana. Incluso se cuestiona su valor, dado que los datos disponibles sugieren que se trata de una técnica costosa en comparación con otras alternativas de restauración.

Según el estudio, publicado en la prestigiosa revista “Journal of Applied Ecology”, de los 51 documentos analizados — incluyendo artículos científicos e informes técnicos (“literatura gris”) — solo 21 contenían mediciones reales, es decir, cerca del 60% no aportaba datos cuantitativos. Además, únicamente siete estudios incluían grupos de control y solo tres replicaban el experimento, un requisito básico para validar cualquier afirmación científica.

Para los autores, una de las principales preocupaciones es la falta de monitoreo sistemático y de planes de largo plazo que permitan evaluar la evolución de estos bosques y comprobar si efectivamente cumplen las premisas con las que se promueven. “En cualquier proyecto de restauración, el valor más importante es el dato que demuestra su eficacia. El monitoreo implica un gasto, pero es indispensable para validar las decisiones tomadas”, explicó el Dr. Craven, quien es investigador titular de Data Observatory.

Si la evidencia es escasa y los costos son elevados, ¿por qué el método se ha vuelto tan popular? Según los investigadores, muchas de las afirmaciones provienen de literatura gris, como informes de ONG, sitios web de empresas y publicaciones no revisadas por pares, lo que dificulta evaluar su rigor y solidez científica.

Ante este escenario, el estudio llama a la prudencia y recomienda priorizar técnicas de restauración o de paisajismo urbano respaldadas por evidencia empírica robusta, así como exigir informes transparentes, especialmente cuando se emplean recursos públicos.