«El segundo sexo» o contra el embuste determinista
Columna de opinión publicada por Filco el 21 de julio de 2021
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (1908-1986), es un ensayo acucioso que requiere ser releído para comprender el sustrato de las relaciones interpersonales desde un alcance detallado y serio. Su existencialismo práctico y lo anticipado de su propuesta permiten apreciarla como histórico-contingente y a la vez intempestiva. Si bien el impacto del libro fue rotundo y polémico en su momento, cabe hoy hacer frente a la calidad del contenido y a la labor crítica que propulsó en tiempos de zozobra.
La potencia reflexiva sobre la existencia concreta, la reflexión filosófica en El segundo sexo, es rotunda. No hay que olvidar que el libro aborda la contingencia vital, el carácter histórico y la singularidad de la existencia femenina. ¿Cómo referir a la alteridad, o a lo Otro, sin pasar por el análisis sobre la cuestión cultura-género? ¿Por qué razón se suelen banalizar sus textos o simplemente reducir a mero emblema de batalla?
Las razones que se enarbolan aluden a que fue subestimada por los taxónomos del panteón existencialista compuesto por varones, tal vez por traducciones erráticas de sus textos al inglés o por la culpa de ediciones sexistas de su obra, que montaban en la portada de su libro imágenes de mujeres desnudas y borrosas que le añadían significantes incorrectos a su contenido, cosa que no se correspondía con las portadas de textos de los contemporáneos hombres.
El segundo sexo es un escrito de 1949 que fue traducido al inglés (1953) tres años antes que El ser y la nada, de Jean-Paul Sarte (1943), y nueve años antes que Ser y tiempo (1927), de Martin Heidegger, lo que evidencia la fulgurante recepción de su obra no exenta, sin duda, de escándalo. La opus magnum de Beauvoir desconcertó incluso a su círculo de amistad. Se recuerdan las palabras de Albert Camus, quien leyó su texto y la regañó por considerar que difamó al varón francés; eso demuestra que incluso los hombres más abiertos de mente de la época se lo tomaron un tanto personal o reaccionaron sin atisbar el significado subyacente de su planteamiento.
«El segundo sexo»: ¿qué significa ser mujer?
El marco referencial histórico del texto es la posguerra y el propósito central de su investigación es examinar el significado que comporta ser mujer con todos sus alcances. Por lo demás, se considera dentro de los testimonios que uno de sus amigos de aquella época, Michel Leiris, fue quien la instó junto a Sartre a trabajar en responder a esa pregunta: ¿qué significa ser mujer?, proyecto al que le dio bastantes vueltas y en el que se embarcó con denodada diligencia.
La tesis de la autora de El segundo sexo es que ser mujer no constituye un destino predeterminado, sino más bien una construcción social. El texto —con excelentes detalles históricos, sociológicos, psicológicos y antropológicos— está dividido en dos intensos volúmenes. El primero se denomina Los hechos y los mitos y en él donde pasa revista a los presupuestos biológicos, los distingos del psicoanálisis y del materialismo histórico, además de aludir a las figuraciones de la literatura y la mitología. El segundo, titulado La experiencia vivida, aborda los trayectos existenciales de las mujeres: la infancia, la juventud, las actividades sexuales, el lesbianismo, el matrimonio, la figura materna, la prostitución y las hetairas, la adultez, la vejez y la caracterología.
La grandeza del texto estriba en que, más allá de revisar la historia de toda humanidad en reacción a la naturaleza distributiva de roles, nos revela un afanoso análisis del trayecto vital de mujeres concretas desde la infancia hasta la ancianidad. De hecho, permite inferir un teatro social que condiciona la opinión que durante el paso del tiempo las mujeres mismas desarrollan de sí mismas, en función de la existencia de los varones y de las expectativas que estos como centros ontológicos suponen, al punto que la apreciación de su identidad la condiciona la masculina como marco de referencia y disolución de la diferencia. La labor de lograr trascender la cosificación predeterminada que esto supone constituye romper la inmanencia (el estereotipo y sus límites impuestos) y buscar la construcción de un proyecto de libertad propio.
Advierte del peligro, ante cualquier contingencia tempo-espacial, de considerar vivir la existencia en función de un yo predeterminado. La conciencia debe librarse de la cosificación o reificación (transformación del sujeto en objeto: alienación). El en-sí alude a perderse en la inmanencia, mientras que el para-sí refiere a la acción de trascender en pos de la concreción de la libertad.
Una existencia con etiquetas predeterminadas
Sería completamente arbitrario vivir una existencia condicionada en etiquetas predeterminadas o sentir comodidad en esa reducción de la libertad —lo que Sartre denominó «mala fe» en El ser y la nada—, fenómeno que implica el ocultarse de la propensión a ser libres y ajustarse a la referencia histórica del hombre.
El embuste de una ideología determinista —que en el texto se colige como patriarcal— requiere que el sujeto se (auto)convenza de la dependencia de esas fuentes de reificación. Sentir agrado o conformidad por una existencia reificada o cosificada es más frecuente que lo usual. Me imagino en este punto una camisa de fuerza en la que el sujeto se aprisiona y cae inevitablemente en la mala fe, hecho que implica caer en una suerte de alternancia ontológica, pero cuando es material resulta ser además histórica social (estructural). La ontología interpersonal, la filosofía práctica y los bríos investigativos por desmitificar las relaciones humanas que nos brinda Beauvoir resultan ser renovadamente valiosos: nos interpela a repensar nuestras propias «moradas esenciales» en tiempos de zozobra pandémica.
Heber Leal
Académico del Núcleo de Formación General de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios
Universidad Mayor